domingo, 28 de febrero de 2010

QUE NO SE CULPE A NADIE

Juan García Ponce se graduó brillantemente en Física de los Estados Sólidos y Mecánica Cuántica en la Universidad de Buenos Aires durante la primavera de 2008. Tardó tres años más en proyectar y escribir su tesis doctoral:

-“Creo poder probar que los agujeros negros y la antimateria son un fallo de la mente de Dios en el momento de la creación; y todo a causa de una pasajera crisis de stress de Su Verbo...algo que los teólogos ni siquiera pudieron llegar a sospechar, por cierto..”.--, le confesó al atónito doctor César Frog, su sexagenario Director de Tesis, mientras tomaban un café solo y con sacarina en el barcito El Tropezón, de la avenida Las Heras al 4500, un jueves último de mayo, hacia mediodía, hora ya casi cálida por esas fechas...

Aquella mañana fue la última vez que se lo vio, vivo o muerto. Porque “desapareció” sin dejar rastros –y todo ello, (conste)...pese a que la democracia ya estaba reinstaurada desde hacía algunos años en la república-.

Nadie en el edificio, ni en el tranquilo vecindario, escuchó gritar a García Ponce, ni testimonió secuestro alguno, ni denunció formalmente su pérdida. La Policía Federal, desplazada a casa de la víctima por culpa de unas sudorosas pesadillas del casi anciano Dr. Frog; sólo encontró la sombra del cuerpo de García Ponce,...sombra como tatuada en la alfombra de su departamentito del barrio de Caballito: los hilos de esa alfombra estaban chamuscados y dibujaban el perfil del cuerpo ausente; como ocurre, acaso, después de una exposición a una altísima temperatura y lo único fuera de lugar era una insólita imantación de enorme fuerza en todas las cucharas, tenedores, cuchillos, tijeras, alfileres, botones metálicos, las vigas de hierro de la casa, ventanas de aluminio, monturas de las gafas, las llaves del Citroen viejo, las hebillas roídas de los cinturones, todos los bolígrafos, un corta uñas mellado, marquitos de fotos, cierres de cremallera de toda la ropa, monedas de valor escaso, picaportes de todas las puertas, tuberías del agua y de la luz, cubetas de hielo en el ‘freezer’, los falsos tallos de una flores de tela roja y añil y verde, un reloj pulsera con la esfera desleída, el termómetro clínico en el cuarto de baño -con el mercurio que había saltado en chorros como una efusión de esperma sobrehumano-, todos los clavos de todos los muebles y todos los cuadros y todas las mediasuelas, una insólita pinza de depilarse, seis latitas de sardinas vacías de sardinas, la cadena del inodoro, una copia de la Estatua de la Libertad souvenir de USA, una crucecita de plata, la armazón de un corpiño fucsia de una amante olvidada, alfileres de gancho, la emplomadura de las muelas del ausente, una mesita baja de cristal y bronce, un teléfono negro de pared –como un bicho extraterrestre ahorcado-, todas las nervaduras de aleación del cubo de la pecera –con sus peces ya eternamente ciegos-, la tele desenchufada y encendida y transmitiendo un partido de Boca de la temporada mil novecientos veinte y siete, una medalla bendita del beato Mamerto Esquiú, las patas en garra de león de la bañera de hierro dulce, la computadora desconfigurada para siempre, el teclado que daba calambres en los dedos, el arpa de un piano viejo que vibraba en sordina sin que nadie abriera las partituras huérfanas...

© CarlosMamonde.

miércoles, 10 de febrero de 2010