jueves, 30 de diciembre de 2010

RIESGOS DE LA LITERATURA INGLESA



“La sola razón por la que tantas parejas sobreviven, es porque uno se asusta de dar al otro la dosis fatal”.
“Algo Infantil”, Katherine Mansfield.


...despertar de pronto, de golpe, ausente del tiempo, como recién llegado...un deslizarse apenas y, súbitamente, la superficie blanca, textil, las formas onduladas subiendo hacia el cielo, hacia el verde claro del techo y su textura...pequeñas sombras móviles proyectadas desde la ventana, pequeño y caprichoso cielo de la habitación.

Tratar de situarse en el tiempo, especialmente en el fluir del tiempo, en lo devorador, en lo huidizo...un oleaje de sueños con su último detritus, con su olor a cosa muerta, fantasmas que fluyen y aniquilan. Un paisaje cambiante. ¿Es en el tiempo de la infancia acaso? Camino por un parque o por la plaza del pueblo, es ambiguo; sueño repetido. La plaza del pueblo, en la suave penumbra de la provincia. Y el frío –o el recuerdo del frío-; ese temblor como el centro de todo...de lo muerto y de lo vivo. Los árboles ateridos, danzantes del viento en el horizonte del frío. Árboles que miro, que sueño, como una hilera de seres condenados marchando entre las rachas...y yo mismo caminando entre ellos...me duelen las rodillas por el frío del pasado... ¿imágenes acaso de mi infancia?...ardiente acontecer...cruel devenir...paradojal...estigmas de risas y de miedos...marchando entre las rachas...

Joaquín despierta y se siente flotar sobre el blando cuerpo del resplandor que amanece. El cuerpo ocupa todo el ámbito de la habitación; en torno de la cama tibia, de sus cuerpos recíprocos...en torno de un suave aroma de materia mortal. Sólo desde la ventana, desde las persianas entreabiertas al frío, puede precipitarse la cascada del resplandor....que va anegando el aire, la mesilla de noche, el cuerpo desmembrado de un libro abierto sobre el suelo...mirar el libro con el rabillo del ojo...un tirón doloroso en la espalda al girar el torso. Levantando la cabeza, el dolor disminuye, es placer. Acaso el cerebro se despliega, abre sus grandes ojos ciegos a la comprensión del paisaje envolvente. Desencajado entre las tapas, sobre la alfombra, un texto de Katherine Mansfield... interruptus...Joaquín va despertando, procura recordar... ¿un gesto, una atmósfera?, procura descubrir las formas aún entre el sopor...los ojos aquellos, entrecerrados...una línea de luz, aguja del resplandor...cansancio del deseo...

“En realidad, para decirlo en pocas palabras, yo tenía entonces veinticuatro años. Y cuado se reclinaba sobre la espalda, con las perlas deslizándose bajo su mentón, y suspirando “tengo sed querido, ‘donne moi une orange”, me hubiera zambullido, feliz y ansioso, para buscar la naranja entre las fauces de un cocodrilo,...si los cocodrilos comieran naranjas...”.
Un broche de cabello durmiendo entre las hojas del libro. ¿He leído yo ese cuento? Ella lo lee.

La cama está flotando sobre el resplandor. Los cuerpos flotan en la cama. Flota la memoria, coágulo azul, sobre la cabeza del hombre...azul el tiempo, las perpetuas sospechas, el miedo cotidiano...y alrededor la mañana recién nacida. Y un rumor. Un rumor ocupa el resto de la casa. Joaquín imagina el mundo rumoroso, distingue ruidos concretos, recorre su itinerario desde los ruidos concretos de los cascos de los caballos, posiblemente...a esta hora, los campesinos entran en la ciudad para vender sus verduras o sus quesos en el mercado cercano. Hermosos dibujos de vapor están saliendo de las narices de los caballos, de los belfos húmedos...y lucha un instante el vapor contra el hielo del día; se pierde entre los árboles, se condensa en sus hojas. A lo largo de los portales que embocan zaguanes infinitos, se condensa. Y los ruidos dejan festones en las piedras, rebotan. El poderoso latir de las bestias y las voces humanas rebotan sobre el pavimento sudoroso, se desparraman con un ruido de cristales rotos, doblan en la esquina...allí se remansan un instante sobre la escarcha odiosa y se expanden y concentran en un chasquido final que entra en la casa como entraría un cuchillo por el pecho. Y la hoja penetrante del ruido en la sala se demora, avanza golpeando entre los muebles todavía dormidos. Viene por el pasillo, haciendo presión contra esa estrechez de la casa. Ya está aquí, ya llega, ya restalla su primer coletazo...ya perfora una capa del sueño allí donde la piel del sueño es lo más frágil. Y ahora es una lluvia...es su resaca inundando el dormitorio, donde escampa. Joaquín siente que el rumor va apretujando la cama contra la pared y, sobre la cama, estrecha con fuerza los dos cuerpos. Un momento antes no sentía esa piel extraña sobre la pantorrilla izquierda.

Joaquín se pregunta si el rumor también cae sobre el sueño de Blanca...si la atrae hacia el día, rescatándola desde un punto más allá de las inciertas islas nocturnas; islas de latitudes que confunden, tan lejanas que allí nadie preserva el nombre de las cosas ni la voz permanece.

En esas islas deben haber naufragado para siempre, exiliados para siempre, la mujer y el hombre de Katherine Mansfield...jugando eternamente un juego de sutiles venenos...jugando en un frívolo vacilar ante la muerte.

Blanca gusta de esos cuentos etéreos. Le he preguntado por qué prefiere leerlos en la cama, al inicio de la noche. “Porque así alguien viene conmigo al sueño”, me ha respondido. Cuando lo dijo, tuve un golpe de terror: el primer pinchazo, una dosis. No me gustaría embarcarme en sus viajes. Y después verla regresar y quedarme en las islas...allí solo...para siempre. ¿Por qué imagino islas?. ¿Por qué no pensar en desiertos infinitos, en colosales catedrales...?.

Joaquín se da vuelta y mira hacia la cara de su propio sueño. Ya no puede verlo a simple vista. Debe acomodarse a la ley de una zona enrarecida; agacharse como un présbita sobre la tierra para ver un gusano que se arrastra, conformarse acaso con encontrar sólo su hilo de baba y reconstruir con frágiles datos el itinerario del cuerpecillo bamboleante.

¡Me quedan sólo cuarenta minutos para llegar al trabajo...despertaré a los niños!.¿Pero, qué estoy diciendo si hoy es domingo?...creo que hoy es domingo...aunque el ruido de los caballos, entonces. Y Blanca duerme, plácidamente...me da lástima despertarla...desayunaré solo. Es raro que hoy no llueva, con el mal tiempo de los últimos...¿qué color tendrán sus ojos debajo de los párpados cuando duerme?

Joaquín se yergue. Y ve, acaso por primera vez, aquel inmenso valle que forma la manta entre los cuerpos. Una humanidad liliputiense puebla las ciudades de las laderas, ese precario mundo. Una columna de guerreros viene desde las tierras altas de Blanca. Joaquín, moviendo un poco un pie, forma un estrecho desfiladero para proteger a su pueblo; en esos pliegues de la montaña podrán ocultarse y, tal vez, salvarse. Lo desazona imaginar esta guerra. Su cuerpo tiene ahora la ventaja de la vigilia frente al cuerpo inerte de Blanca: sus ejércitos están desprotegidos y podrían ser fácil presa de los emboscados entre las rodillas de Joaquín.

El hombre se da la vuelta. Si es domingo siempre se puede estar en la cama un rato más...Cierra los ojos: la reconstrucción de flecos de sueños, la pasión de un arqueólogo ante un leve vestigio...quizá haya encontrado un yacimiento importante...un ámbito extraño donde alguien sucumbiera o amara...un nicho con fragmentos que conservan misterios esenciales; tal vez ecos de una palabra que trastornara la forma de las cosas...

....aquel día de octubre cuando te conocí...Blanca, recuerdas cuán jóvenes éramos...recordar...las estribaciones de tu cuerpo. La senda del primer cuerpo de Blanca, nuevo e implacable. ¿Cómo es posible, esta mañana, regresar a aquel punto...desandar el camino...saltar sobre los despeñaderos nocturnos y regresar?. Parece como si, de pronto, tuviera en mis manos el mapa verdadero y todas las palabras de la historia...el modelo de las encrucijadas...todas las palabras. Y, sobre el cielo en penumbras del cielorraso descubrir el sentido...la clave de sus viajes, las corrientes marinas donde se abandona, los caminos por los que se deslizó su cuerpo...este cuerpo con el que aparentamos el amor, la historia de nuestras mutaciones, el silencio de nuestras mutaciones...su modo, por ejemplo, de cubrirse la cara mientras duerme. ¿Cuál gesto es antiguo, cuál es sutilmente nuevo?.¿Cuántos gestos de ambos son iguales a aquellos de los primeros días...del tiempo estremecedor de la revelación?. ¿Dónde hemos vaciado los residuos para que su peste no llegue hasta la casa, hasta los niños?. ¿Y su forma obsesiva de leer...metiéndose en una aislada zona de soledad...emboscándose detrás de las palabras hasta casi volverse invisible, como cuando se tapa la cara cuando duerme...?.

Recuerdo que era octubre y había un parque. ¿Era el parque Las Heras...era la Plaza España...?. Los rasgos del espacio se difuminan. Sólo brilla en el centro de la sombra el recuerdo de su belleza como una lámpara. Acaso fuera viernes aquel día primero del encuentro. Recuerdo que cuando volví a casa no soportaba el peso de mi euforia...el peso de mis presentimientos. El mundo se había teñido de una gravedad que venía de su mirada.

“Y por primera vez en todos los desesperados meses que habían transcurrido desde que la conocí, aún contando el último que fue, sin duda, el paraíso, le creí absolutamente cuando me contestó: sí, soy tuya”

El cuento se llama “Veneno” y Joaquín se salta varios párrafos, desgarrando palabras de ese tejido verbal, regenerado como algo vivo sobre la piel de una peripecia humana. Sobre la manta los ejércitos se desangran. Al pie de la página 24 resaltan unas líneas subrayadas con el filo de una uña, como una tenue, blanca cicatriz sobre el papel...un énfasis de relámpago bajo los negros signos: “Hasta que una mañana me desperté y en cada partícula de mi cuerpo, hasta la punta de los dedos, había un grano de veneno. Estaba justo a tiempo...”

En aquel tiempo zarpaban desde el mismo puerto, alejado del mundo, invisible en los mapas, conocido sólo por los dos compañeros. Y lo soñado viajaba rumbos similares; se encontraban en plazas donde la luz exaltaba y el mundo era el clima de sus mutuos deseos. Al despertar, intercambiaban datos, objetos rescatados en las travesías, entre exclamaciones de gozo; salvo un día, recordó el hombre, en que los desguazó la pena al recordar el sueño de una tierra azarosa y negra, reino de un dios menor.

“Porque así alguien viene conmigo al sueño”, le había dicho Blanca. Y el hombre comprendió que cada uno había a comenzado a viajar por derroteros extraños, sin otro común remordimiento que la vastedad del mar, donde toda mutación era consentida.

Y esta mañana, por fin, los ruidos de los caballos de la feria cercana, el vapor salobre de las bestias, el tímido sol invernal parecen despertar a Blanca. El peso de su cuerpo ha girado mostrándome la cara. Su boca relajada musita sílabas incoherentes. ¿Qué color tendrán sus pupilas cuando duerme?. La luz creciente trasparenta la carne de esos párpados y los ojos se insinúan, temblorosos y oscuros objetos sin brillo. Tal vez recuperen su color al despertar, piensa Joaquín, descalzo sobre le piso helado. Se acerca a la cama y se sienta junto a la mujer. Puede verla regresar desde la zona que sólo ella parece penetrar. Luce segura, sorteando los últimos escollos. Respira suave como la mujer del cuento en el libro descabalado sobre la alfombra. Joaquín percibe la marea del miedo, abriéndose como una granada. Una noche cualquiera, Blanca podría regresar a la isla secreta, hacer coincidir nuevamente los viejos sueños, tentarlo con la idea de llevarlo con ella...a aquellas latitudes donde, desde las costas brumosas, parece oírse a veces el dolor de los sacrificados.
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(c) carlosmamonde

martes, 7 de diciembre de 2010

“Con tu victoria sobre toda pena”


I
CONSECUENCIA DE TI

Por ti se envaneció la voz y
los presagios fueron abatidos y
cada hueso mortal anidó el goce

y el atajo del tiempo y de la muerte
se quebró como tiza ante tu alma
flor de los dones
profunda nadadora de lo claro

¿has visto a sotavento los indicios
llameantes de lo cierto?

ese es el fruto espontáneo de tu risa
el muelle último donde el azar no iza
su pálida bandera



II
RUMORES


Alguien me ha dicho que te vio
tan viva y eufórica como el agua clara

que te vio por calles de altivo corazón
con tu victoria sobre toda pena, niña
de goce y de azar vencido

te oyeron repetir la certidumbre
la palabra que busco desde el alba
te oyeron, milagrosa, manifiesto
perfecto de la fábula

alguien me ha dicho que ha soñado un ángel
cantar en mi ventana maitines
que soplan a la muerte en el oído
el viento que la puede y anonada





III
QUÉ JUBILO DERROTA


Qué júbilo de gestos transgresores
encienden a tu humor sobre las sábanas
de espuma y de una luz de lino

allí donde derrotas, verdadera,
el mórbido relámpago, lo absurdo,
y tus manos arropan lo más frágil
de mi ser, perforado a mansalva
por la Historia que zumba

zumba la voz de un loco
un viento helado que zumba



IV
COMO UNA JABALINA AGONIZANTE


El frío en el crepúsculo despierta
tentaciones de lánguido abandono
de un destino sonámbulo e inútil
en el hueco fugaz de estarse vivo:

golpes tan crueles del corazón ingenuo
baten la sombra que la esperanza asfixia
con un rumor de llamas,
un grito de pavesas,
un naufragio unísono del alma

allá donde el sextante se aproxima al silencio
y el día se consume, abandonado

allí donde has orado ¿vanamente?
fiel al abismo
del aire criatura
como una jabalina agonizante



V
LETRA BENDITA

Una memoria tozuda como el cielo
una voz que no calla
-hablo de la escritura-
un eco embriagador de permanencia
un espejo ilusorio
-de la letra infinita estoy hablando-
de ese signo que miente
certeza de tu presencia, lumbre,
magia pagana que a la sangre droga
con luz de simulacros, con vestigios de vida

una voz que tu nombre repite
y dice que tus muslos acontecen
que tus ojos de lluvia desatada
son estrella fugaz y certidumbre
de que la muerte nuestra casa olvida

un voz del tiempo del origen
donde hubimos un sitio que ignoraba la Historia:
donde una torre había sin carcoma

y un alimón de voces victoriosas
y un combate de luces y de espuma



VI
DESPEDIDA


Tu boca dice adiós con voz salvaje
tu pecho dice ciego a las palabras:
la ceniza vacía es todo lo que resta

la carne se diluye en la pena sombría
y los pájaros últimos de desnudez,
de ira, saquean a este lecho los reflejos postreros
de la música ardiente que cantaba tu gracia

tu lengua dice adiós con vesania
con vacía ceniza con silencio de tajo



VII
CAIDA DE LA LUZ


La luna despeñada ¡qué triste luna desplomada!
en soledad infame de caída
de toda la luz en la ceguera

un relámpago exangüe
y moribundo de pura noche sobre sus ojos yertos
y el alma no responde al tacto amado

el alma no responde a la palabra.

© Carlos Mamonde