jueves, 28 de julio de 2011

¿Quién habla de “Esa Historia”…de esa cosa enclaustrada sin aire?
Para M. Y., con mi amistad siempre.


Yo soy Bruno Saper. Yo soy médico…o lo fui alguna vez ¿qué más da ya todo, ahora? después de tanto tiempo. ¿Llegué a ser médico, realmente,…entre tanta muerte…No recuerdo ahora con precisión este detalle. No recuerdo si tuve tiempo para llegar a serlo.
“Creo” –debo decir, entonces- que fui médico u odontólogo (¿o era especialista en Otorrinolaringología…como Wilhelm Fliess?) por lo menos eso creo que ponían las aún grabadas y borrosas palabras en una plaquita de bronce junto al portal donde viví...donde vivíamos entonces –y tanto tiempo juntos, demasiado- con Inés (¿o era Isabel su nombre? a medida que entro en el crepúsculo de los ancianos y la mezquina sangre se retira de mi cerebro, como se retiran las olas cuando baja la marea, la memoria se vuelve un hilo de agua y se aniquila, se derrumba como un cuerpo al que le han vaciado de sus huesos). Decía que combatir la sordera ayuda a los niños y a los tartamudos y a los extranjeros, los extraños que viven más allá de lo pronunciable, a entender nuestra rara lengua, comprender nuestros secretos y nuestros símbolos. Ahora veo que en realidad yo fui un contrabandista y un traidor. Entre las dos bandas del río, la banda del silencio eterno, la banda del ruido sin sentido, yo llevaba y traía a personas inocentes, a quienes creía que -de algún modo- salvaba pero a quienes en realidad traicionaba derivándolas del ensueño a la mentira, de la certeza a la leyenda, de la luz de sus dioses a la posibilidad de decir palabras de la lógica, palabras que nunca fueron más allá de un simulacro, como caminar en el aire, como soñar que se vence a la muerte o se vence al destino personal…cuando el destino había sido para muchos el confortable silencio, aquel paraje donde las preguntas no alcanzan a conmovernos con sus espantosas inquietudes; donde no llega –a través del lenguaje- la violencia de los genocidios.
Aprovecho para anotar estas líneas en mi agenda antes de que el sueño o la incipiente demencia vuelvan a voltearme en sus nocturnos sueños, vuelvan a arrastrarme hacia el espacio obsesivo donde las sombras no cesan de preguntar la misma pregunta sin sentido ¿Qué es “Esa Historia”? ¿Qué es “sagrado”? ¿Qué es venganza? ¿Qué significa “un atajo invisible hacia el sentido de “Esa Historia”?. ¿Quién y para qué me ha enviado este cuaderno con fragmentos manuscritos…y el título con letra temblona y casi infantil: “Esa Historia”? ¿Quieren decirme algo? ¿Advertirme…acusarme? Y siempre hablando de una extraña guerra. Incesante. Repetitiva. Obsesa.
En cada país del mundo, la constante repetición de las sangres bruñidas por el pánico….los ritos infinitos.
¿Quién sino un dios degradado puede aún torturarme sin tregua preguntándome y preguntándome y preguntándome cuál es el sentido de toda esa violencia arrancando cada día de cuajo? ¿Sentido de qué cosa, de qué temporalidad, de que extraños acontecimientos como los mismos de mi vida y sus reflejos en el sueño? Soy una masa de nervios y de miedo que respira por un agujero…por otro defeca…por los que simulan ojos creo que veo aquello que no entiendo, por el agujero de la boca aúllo como los perros extraviados…y la obsesiva pregunta sobre qué sea “Esa Historia”, cuál sea el rumbo, la deriva…vuelve en el oleaje de la alucinación o el sueño ¿Qué manos de asesino manipulan mi sueño, mis recuerdos de Isabel, mis recuerdos del lejano Ushuaia? ¿O era en Trelew? Y mientras vuelvo a soñar tengo plena conciencia de que -una vez más- nadie escucha mis ruegos, nadie detiene el devenir, nadie puede traerme una tregua…una tregua como una lluvia que me lave de todo lo mal hecho; que lave el estruendo del mundo.
Y entonces, huérfano de auxilio, cierro los ojos y recuerdo, el cielo rosa, el ambiguo crepúsculo…
…sólo recordaba el cielo rosa del crepúsculo en la casa de la montaña, no conseguía recordar el dialogo, algunas palabras sueltas venían y danzaban, en la cabeza y en vano trataba de armar algo coherente pero el puzzle de palabras se empecinaba entre las nubes rosa del atardecer en la casa de la montaña, después se abrió la puerta y de nuevo la misma pregunta, nunca una distinta. Siempre la misma: ¿Qué es “Esa Historia”?...
Había oído hacia algunos años en una clase de idiomas una palabra que le sonaba, quizás una homonimia, pero era imposible en estos momentos recordar los ojos negros de Isabel mirándolo tras el humo del café y el eterno cigarrillo que le manchaba la cara interna de los dedos, habían sido felices, o eso creía, en la habitación de aquel hotel (¿se llamaba “Saussure Petit Hotel”…o el “Hotel del Abismo”?) cuando se dejaban resbalar en el placer sobre el sudor de las pieles en la penumbra cálida del cuarto de hotel en Rawson donde los alojaron sintiendo el frío del miedo como agujas clavándosele en las suelas de los mocasines, los trataban casi con cortesía, nada de gritos ni insultos, sólo la pregunta: ¿Qué es ‘“Esa Historia”’? Y el miedo golpeando la boca del estomago y el frío de algún líquido corriendo por la garganta sentados frente a frente a la mesa en la terracita que cada tarde comparten con otros parroquianos extranjeros, pero no como ellos, extranjeros si, pero con otras preocupaciones y ocupaciones, con otros pensamientos: con otra opacidad y otra hosquedad. ¿Cuando comenzarán a preguntar: Qué es “Esa Historia”? Y de nuevo los ojos oscuros de Isabel queriendo querer saber si quiero quererla rescatándome de los brazos que a veces me aprietan el tórax para sentarme otra vez en la silla frente a la potente luz del reflector de sus ojos encendidos esperando una respuesta mía como si me quedase algo de mí es ese momento en que no soy más que un arrebujo sucio de babas que no puede por que no sabe dar respuesta a la eterna pregunta que machaca treinta mil muertas veces dentro de la cabeza que no sabe y sigue sin responder, y en tanto ella/ellos esperando pacientes ante la zancadilla de cualquier balbuceo. ¿Qué es “Esa Historia”?
Quién la había pronunciado, dónde la había escuchado, algo levemente recordaba pero era como descifrar signos en un damero desconocido, como buscar un objeto oscuro, anónimo en la propia oscuridad, y sintió como la puerta se cerraba si bien todo se inundaba de luz en ese nimio instante entre apertura y cierre aunque el cuerpo antes alerta ahora estaba como suspendido en ese vacío viscoso de la penumbra. Y el recomenzar con la trillada pregunta: ¿Qué es “Esa Historia”?

--A ver…el nuevo…el nuevo ingreso en este lugar oscuro. ¿Nombre…nombre? Rápido, rápido… ¡Responde, es una orden…habla, pedazo de mierda!
Ya me parecías el nuevo, por la cara que pones. Esto es como todo –no tengas miedo, colabora con el programa- que al final es aburrido por eso rotamos tanto; imagínate que todo esto es como las imaginaciones del deseo con la desconocida esa que ves pasar y te parece inalcanzable pero después la conoces hablas con ella te sonríe. Viene el juego de la seducción, el deseo que te desguaza y te unes a ella –tal vez- y al cabo de cierto tiempo cuando la desconocida te llama, cuando el deseo rebota y te reclama sin postergación… a eso me refiero, es como si te llevaran al matadero de la desesperanza. Difícil describir aquello –danzar muy apretado al dolor que simula la angustia de la muerte- que no se conoce con lo que jamás hubo contacto, un color, una sombra, la sombra de algún alguien, un sentimiento que no se tiene y sin embargo esperan (si… porque esperan siempre tu grito y tu sometimiento) de uno una respuesta que satisfaga sus ansias que no son sólo ansias sino miedo, si el miedo disfrazado de verde o caqui, pero miedo al fracaso, a la herido de lo inexpresable…en lo intangible… como son las palabras, fantasmas que chapotean en el aire sucio. Palabras… esas cosas que significan cosas pero no se pueden tocar, ni morder… pero si callar. Lo primero que te quitan son las palabras para que no te reconozcas en tus propias ideas con el lenguaje perdido, después la cosa es más fácil porque te das cuenta que a fuerza de repetir acabas moldeándoles algo dentro para acomodar lo que los otros precisan acomodarles para no quedar mal parados con los otros de quienes dependen y que esperan respuestas. Siempre es el miedo a perder algo, algo que te hicieron creer que tenías cuando en realidad no eres más que un montón de ideas que se sustentan en palabras que tu cuerpo transporta por allí, tan ufano, tan ligerito a veces, pero esto solamente sucede cuando no piensas…o como cuando recuerdas como era la vida antes de la asfixia. ¿Viste cómo te hablo y te comprendo…dice el Otro? Aunque no lo creas yo estudié, tengo una cultura pero de vez en cuando la vida te lleva y la maquina no perdona te asfixia te escruta, te corroe y quieres salir pero no hay puerta, la formación católica, el sueldo escaso, apostólica, la maquina te aprieta, y romana, el reencuentro con aquel sacerdote que hoy es el capellán, el reencuentro con el compañero del colegio militar, que es el mismo y es un desconocido, la maquina te escruta, te da vueltas, te entretiene, te convence de aquello que no te convence pero es la máquina quien piensa el enemigo es el otro, el diferente, la maquina te adiestra sin gritos, con paciencia, casi paternalmente, casi con ternura mientras te alarga las primeras complicidades que son las primeros pagos de lo sin vuelta, y eres el sumergido pero emergente que la maquina saca a flote, y cada vez menos palabras menos cuestionamientos, eres un tipo de probada confianza en las probanzas de la sangre, fiel, obediente, si, obediente si le debes respeto a la jerarquía del compañero, al camarada en esta guerra nocturna que no es sino parte del mismo dentado del engranaje de la máquina y otro trabajito, ¿Que es ‘“Esa Historia”? ¿Donde estuviste anoche? A veces mi mujer, sabes, me espera con la cena y después, todavía levantada, el nene no paraba de llorar, seguro que tenía fiebre, y el reproche pagado con la culpa, la máquina paga, yo beso a mi mujer en un simulacro de ternura…pero la máquina te tiene dentro del engranaje, y quieres salirte alguna vez haciéndote alguna pregunta tibia, pero la respuesta ya te la puso en la cabeza la máquina. Y las preguntas en el aquí y el ahora y también en el después. ¿Qué es ‘“Esa Historia”?

La máquina
Porque la máquina es también palabras, palabras sueltas, en sermón, en discurso, huecas, vacías, palabras asentadas en un entramado de legalidad de lodo pero que viene al caso en el espacio tiempo para que valgan para que sirvan a quienes de ellas se sirven para que todos entiendan de qué se habla de que no se debe hablar, esto se hace esto no se hace: cuál es el significado de todo? Y a propósito que es ‘“Esa Historia”?, si el caso es que casi me suena pero no consigo saber de dónde ni por qué me suena, tal vez la dijo ese judío sefardí que vendía no se qué en un tenderete de una calleja de Córdoba. Si tal vez fue él que me miró con ojos de catarata pero con brillo vivo para venderme (¿un atajo a?) ‘“Esa Historia”’, una ¿towards?’, una ‘torá’, una tolva una toalla, una tralla, o metralla, una toga, una tregua como ilusión en forma de objeto, y descansar por fin. Pero está lo oscuro que hoy no consigo recordar y que parece que debería por que se empeñan en que dé una respuesta para conjurar al miedo que en todos producen las palabras. ¿Por qué ese empeño en venderme una “Torá”…cómo pudo ver las entretelas de mi alma?

Nunca comprenderé por qué me persiguen palabras y sueños que no reconozco mías. Yo soy en realidad un hombre que huye o un hombre que busca (¿acaso no es lo mismo?) un hombre que ejecuta la justicia. Un rutinario asesino, que jamás vacila, la mayoría de las veces. Y además yo sé perfectamente qué significa “Esa Historia” y dónde se halla en este laberinto. Incluso conozco la calle donde se oculta ese sórdido barcito de mala muerte, en el suroeste de Buenos Aires. Porque “Esa Historia” es el rimbombante nombre de un agujero donde –esta noche- me espera mi muerte…o acaso una nueva postergación; y sólo muera mi desconocida enemiga. Esta noche iré allí, exactamente a medianoche, y buscaré a quien se oculta bajo el falso nombre de “Isabel” (otras veces gusta llamarse”Inés”) y - si todo va bien y logro identificarla- ya podré informar al Rabino…o incluso matarla allí mismo y huir rápidamente, antes de que nadie pueda fijarse en mí y tal vez reconocerme.
He viajado desde el otro lado del mundo para cumplir esta tarea. Y –si no fuera una insultante frivolidad- hasta diría que me siento casi feliz porque sólo faltan pocas horas para entrar en la sordidez de “Esa Historia” y enfrentarme a lo decisivo. Debo ser, como siempre, eficaz y veloz. Mucha gente ha corrido riesgos –e incluso algunos han perdido la vida- para encontrar ese detestable burdel y desenmascarar la falsa personalidad de la mujer que buscamos.
…cuando comenzarán a preguntar? ¿Qué es ‘“Esa Historia”? Y de nuevo los ojos oscuros de Isabel queriendo querer saber si quiero quererla rescatándome de los brazos que a veces me jalan por los sobacos para sentarme otra vez en la silla frente a la potente luz del reflector de sus ojos encendidos esperando una respuesta mía como si me quedase algo de mí es ese momento en que no soy más que un arrebujo sucio de babas que no puede por que no sabe dar respuesta a la eterna pregunta que machaca treinta mil muertas veces dentro de la cabeza que no sabe y sigue sin responder, y en tanto ella/ellos esperando pacientes ante la zancadilla de cualquier balbuceo. ¿Qué es ‘“Esa Historia”?

El vuelo de la compañía checoslovaca en que llegué a Buenos Aires fue una verdadera pesadilla…más de treinta horas dando vueltas como un imbécil de aeropuerto en aeropuerto para no dejar pistas, para cambiar mi identidad frontera tras frontera…demasiado tiempo, en fin, para mal dormir y mal comer. Pero las órdenes que me filtraban desde el entorno del rabí fueron inapelables y claras. Toda aquella ceremonia de la confusión se les antojaba imprescindible. Aunque el único que sufriera las consecuencias en su propia carne fuera yo mismo.
Arribamos al Plata durante un amanecer de otoño y alcancé a ver, bajo las acostumbradas nubes y nieblas, la panza plomiza del gran río; como el largo cadáver de un pez de fantasía que hubiera venido a desangrarse y morir entre estas praderas infinitas. Como siempre que lo sobrevuelo, no puedo evitar recordar y visualizar –es un recuerdo imaginario, pero intenso- el cadáver oxidado, sin aire, del “Graff Spee” que está encallado en el lodo o cabecea en la corriente sucia desde un aciago día de esa guerra. Me duele esta deflagración de la memoria como si yo mismo hubiese navegado y hecho nuestra guerra entre aquel acero, que nuestro capitán prefirió hundir antes de que cayera en manos de los ingleses que nos perseguían día y noche. Aquel diciembre, los dedos del Reich casi llegaron a tocar las pampas; como una mano victoriosa y aún no vencida.
Aunque ya estaba prohibido por la cercanía del aterrizaje, me quité el cinturón y me escabullí a mear en el baño. Una torpe maniobra –lo sé- para salir de la fascinante alucinación que subía –y me arrastraba- desde la desmesura de aquel río.
Así, hace cuarenta y ocho horas y llamándome ahora Lucas Asternaza, según otra documentación falsa, entré en Buenos Aires y desde el aeropuerto hasta la ciudad –estaba casi exhausto- todo pasó en un segundo porque creo que me dormí o casi me desmayé. La voz del taxista que me urgía me despertó de mala manera en una calleja entre el Paseo Colón y las viejas dársenas (un área donde en el pasado llegaba el ferrocarril y millones de animales inocentes entraban en el degolladero de los frigoríficos…siempre me fascinó Buenos Aires porque entre sus calles húmedas y tristes siempre se mató a escala industrial). Y todo, aunque profundamente diverso, no dejaba de parecerme familiar. Una calle semejaba Hamburgo, otra un suburbio de Dresde.
Mi padre solía contarme siempre algo parecido; aunque él había llegado como refugiado a bordo de un vapor panameño, junto con otros ex oficiales de la ‘Werthmacht’ y algún indisimulable piojo de las SS; aterrado por primera vez en su vida ante la mirada de un aduanero aindiado que lo interrogaba en español. Todos sabían que la eficaz Odessa había confiado sus nuevas vidas en manos de aquel leal general germanófilo que dictaba una subespecie de “orden criollo”; pero no podían evitar la desconocida emoción del miedo que los todopoderosos sufren en el vértigo de su caída.
…que es ‘“Esa Historia”?, si el caso es que casi me suena pero no consigo saber de dónde ni por qué me suena, tal vez la dijo ese judío sefardí que vendía no se qué en un tenderete de una calleja de Córdoba. Si tal vez fue él que me miró con ojos de catarata pero con brillo vivo para venderme un ‘“Esa Historia”’, una ‘towards’, una ‘torá’, una tolva una toalla, una tralla, o metralla, una toga, una tregua como ilusión en forma de objeto, y descansar por fin. Pero está lo oscuro que hoy no consigo recordar y que parece que debería por que se empeñan en que dé una respuesta para conjurar al miedo que en todos producen las palabras…

Entre los huesos del Graff Spee retumbarán siempre los aullidos de los desesperados…las palabras cegadas de las notas nerviosas en los fragmentos de papeles, hilillos podridos del lenguaje, entre los cueros de las bitácoras muertas. Y en aquella lista del infierno está también el apellido von Sapper. ¿Quién es este von Sapper?...es acaso el abuelo…otro hombre diverso…es acaso el nombre que tuviera un muchacho esforzado que va quemándose como una candela entre el dolor de otra guerra
O es el nombre de un cómplice ¿es un nombre falso? Como que coincide exactamente con el apellido von Sapper que Isabel Schwartz adoptó la noche en que se cambió de nombre –y de raza y de alma- para pasarse a colaborar con el enemigo…y traicionar su sangre, traicionar el recuerdo de nuestro amor, traicionar su familia –formada en torno a Bruno Schwartz- traicionar la pureza de la luz…todo al impulso del miedo –o acaso del valor- de aquel que reniega, de aquel que no acepta el tajo del destino, de aquella que escupe a la cara de los ángeles y cae…¿acaso no es también como un alto destino el de una mujer en solitario, que de pronto gira su rostro y abraza al demonio?

Lo que restaba hacer era ordenar los papeles y cada una de las fichas color sepia con los nombres de cada uno de los tripulante de aquella embarcación hundida; y que por insignificantes que fueran no menos importantes ya que en ellos constaban los rangos y jerarquías y los puestos que ocupaba la tripulación, y allí estaba marcado en rojo con un grueso lápiz de aceite un solo nombre: “Max von Sapper, nacido en Hamburgo, teniente de navío y contramaestre ”.

(Borrador para una usurpación)
Me llamo Lucas Asternaza.
Nací de padres honestos en Ischilín, uno de los más humildes recodos de esa patria: mi padre era fabricante de aceite de sebo (de gatos, de perros, de muertos anónimos) y mí madre cuidaba un pequeño cuartito, a la sombra de la iglesia del pueblo, donde se ocupaba de los no deseados. En la infancia me inculcaron buenos hábitos: no solamente ayudaba a mi padre a cazar pequeñas bestias para su industria, sino que con frecuencia era empleado por mi madre para eliminar los restos de su trabajo...
¿Puede pensarse que mi destino podría calificarse de cruel? Tal vez…pero a lo largo de mi vida he tenido noticias de otras vidas...
...estas breves líneas ilustrarán lo que quiero contar:
1. Un gringo melancólico, que criaba abejas, sabía que una picadura de esos bichos puede provocar un shock mortal. Y le decía siempre a su mujer: “yo me mato”, porque no encontraba el gusto de vivir ni en su casa ni con su oficio. Cuando murió, inmediatamente después de una picadura de abeja, un 8 de diciembre, su mujer, interrogada, declaró que aquello había sido un suicidio. Pero el juez de instrucción archivó el caso porque eso era indemostrable.
2. Un poeta de la cercana Villa Quilino, que escribía poesías sin sentido, se suicidó con gas para dar a sus poesías un sentido dramático global; aunque postrero. Pero en la denuncia hecha en la comisaría se constata que sólo había dejado el gas abierto por distracción.
3.Un plomero –por necesidad; ya que estaba desempleado del ex Ferrocarril Belgrano- con un fuerte agotamiento nervioso se tiró al canal de Sauce Punco con unos tubos atados al cogote, con un peso exacto de 33 kilos.
4. Un domador del Circo que solía parar en la explanada de la estación abandonada de Dean Funes, cansado de la vida ambulante, entró una tarde en la jaula de los tigres disfrazado de mono. Los tigres no eran feroces, pero, al no reconocerlo, lo mataron. El caso fue registrado como suicidio.
5.Un primo mío de Jesús María; sepulturero -todavía joven pero enfermo- se hizo enterrar en mil novecientos setenta y seis ocupando el lugar de un muerto, introduciéndose sin que nadie lo viera en un ataúd antes de que éste fuese cerrado. El muerto, en cambio, fue encontrado después de una semana en su casa, debajo de la cama.
Y etcétera.
Pero aún mucho más inhumano que el destino es el presentimiento:
Yo, por ejemplo, soñé con un día dulce y soleado en las sierras de Córdoba. Pronto – me dije en el sueño- sonarán las campanas de la iglesita lugareña, porque hoy es domingo. Entre los maizales, a la orilla del arroyo, dos chicos han hallado un caminito por el que nunca habían pasado. En los pueblitos cercanos brillaba la mañana como diamante en las sábanas puestas a secar. Los hombres oreaban el vino para el mediodía y las mujeres preparaban tortillas crujientes y enloquecedoras. Los pibes jugaban a la rayuela a la sombra de un sauce. Todo el sueño era la feliz mañana de un día terrible…porque aquella tarde, detrás de la iglesia abandonada de los jesuitas, un niño será asesinado por un hombre feliz; que habita en mi sueño.

Caminando por El Bajo
Datos y mas datos, que había recopilado y ordenado; y ahora en Buenos Aires llamándome Lucas Asternaza , así de simple, como diría el contramaestre, y caminando solo por una calleja entre Paseo Colón y Balcarce, evitando el miedo, recuperando la nostalgia, los aromas húmedos de cada rincón de ese callejón donde debería encontrar la vieja joyería del orfebre mayor: el propio Rabino; y aunque fuese lo único por hacer ese día sabía muy bien que la desconfianza seria el primer obstáculo con el que me enfrentaría después de entrar en el pequeño local, con mi carpeta con los datos y mas datos de aquellos hombres, y los posibles rastros que tal vez me llevarían a un pueblo olvidado de Entre Ríos o a las sierras de Córdoba, pero eso aún no lo sabíamos, ni él, ni yo, y tampoco “Isabel”.

¿...y no era acaso “Esa Historia”, el otro dato que me faltaba?


Mientras cruzo la neblina, el frío, el mal olor del cercano Riachuelo…yendo , yendo, yendo siempre hacia “Esa Historia” y hacia el momento de su muerte –o de la mía- pienso en ella de una manera absoluta: Isabel tendría entonces unos diecisiete años…aunque hoy eso nada significa…pero en la década de los treinta era ya la edad de una mujer…y yo - con casi veinte ya- estaba terminando el ‘Gymnasium’, en aquellos mitológicos años de la República de ‘Weimar’, cuando el Tiempo del Hombre parecía infinito y el sonido de los bosques de la madre Alemania sonaba a requiebros de ‘Ludwig van ‘Beethoven y no al gruñido del cerdo ‘Adolf, osando en la materia más profunda de nuestro ser…y mi padre era aún ‘Herrenführer’ en la policía de Berlín –aunque llegaría por su talento al dorado ascenso a ‘Oberführer’, antes de la guerra-….e Isabel no se llamaba Isabel, pero le gustaba ese nombre familiar que ella llamaba “mi nombre latino” y lo prefería frente al altisonante Fraulein Lisbeth ‘Magdalena Schwartz, con toda la eufónica música del tintineo de billones de monedas imaginarias que componían la incalculable fortuna de su abuelo B. Schwartz, -único socio judío de las portentosas acerías que habían estado, desde siempre, en las pálidas manos arias de la apolillada nobleza de Pforzheim…

[...el sueño recomienza siempre con un breve viaje mágico hacia el antiguo teatro del balneario de Suderode, donde –con el patrocinio económico de su abuela- se representa” Guillermo Tell”...y Lisbeth/ Isabel Schwartz. entra en un cuarto, mi cuarto, ya vestida para salir. (Vivíamos, ambas familias, en aquella zona al norte de Kuntzsstrasse , junto al laguito artificial que yo una mañana futura vería cegado de cadáveres. Vivíamos tan cerca que habíamos jugado juntos desde niños e incluso ella, a veces, me llamaba “hermano”)…en el sueño la ciñe un bellísimo vestido de sedas y bordados, con el escote ‘palabra de honor’ que tan sensual la inviste. Su color es el azul pálido. A veces, -en sueños de otras noches- un rutilante rojo. Su cabello, oscuro y pesado, ceñido en una trenza única ‘alla ‘radice italiana’...que descansa en sus hombros, del color de la luna llena.
Lleva una sola joya: el pendiente de una perla, ovalada y tibia y montada al aire en oro, que fuera de mi madre.
-Hermano (¿)...date prisa; ya herr Rostow nos espera- dice I.-.
Y verla aguardándome me pone más nervioso aún y no atino a abotonarme ni la chaqueta ni el chaleco. Ella se acerca a escasos centímetros de mi pecho. Siento su aliento en mis mejillas. Sus dedos ágiles me rescatan de la torpeza. Sentirla tan cerca exalta la ternura. Me reflejo en el acecho de sus ojos. La beso, ansioso, en la palma de la mano. Ella me responde buscándome la boca.
--¡Tu padre nos reñirá si llegamos tarde...!-- dice, ya enlazándome en el juego de masacre.
En este punto el sueño reproduce -a veces- todo el drama de ‘Schiller que escuchamos y vimos durante aquella velada. Otras noches, hay sólo una violenta elipse y en un fugaz segundo todo el drama ha terminado y, emocionados, aplaudimos de pie. Al levantarnos, veo nuestros reflejos, un instante, en un angosto espejo que cierra un lateral del palco. Diría que ambos, en la repetida noche del sueño, tenemos entre veintiocho y treinta años de edad. Isabel está feliz y ríe y el mundo se ilumina con el rubor de sus mejillas
Y ella se cuelga de mi brazo y así salimos del teatro, con los corazones al unísono.
--¡No esperemos a R. (el chofer de su madre)- grita-...tardará un siglo llevando a toda la familia, viaje tras viaje. Corre, corre Ludwig...que alcanzaremos los primeros aquel coche de alquiler!.
Indicamos al chofer un atajo por detrás del lago y entramos en la casa solitaria cuando los demás estarán aún en el cotorreo del ‘foyer’ Por absoluta prudencia no enciendo más que las luces imprescindibles. En este exacto momento del sueño hay un nudo de angustia: miro el rostro de Isabel... como si la viese por primera vez y descubro, alterado, el énfasis de nuestro parecido.
¡ Un observador objetivo podría decir que somos hermanos.. y más aún: jurar que somos mellizos...gemelos!.
Creo que es en el vestíbulo donde ya nos quitamos los abrigos. Ella sube la escalera como si volase, adelantándoseme. Cuando llego a nuestra planta, paso raudo frente a los dormitorios de mis dos hermanos, y voy directamente a su cuarto; urgido. Allí no hay nadie. Hay un momento de cruel confusión en que nada es comprensible en la penumbra. La llamo dando voces, aunque creo que susurro “sottovoce”. Sin saber muy bien qué hacer me encamino a mi dormitorio. Isabel ha desaparecido.
Junto a la luz que, desde el parque, entra por la ventana de mi cuarto...está ella de pie. Tiene ya el cabello suelto y sólo la cubre una camisa blanca. Veo la agitación en sus pechos pequeños.
-¡Ludwig...- musita ella- ...ya ves que somos uno...idéntica persona. Lo que hay dentro de ti es la materia de mi propia carne...siento que ya todo es lo mismo!.Y entonces I. besa y muerde los labios de mi sombra y yo la beso en el cuello y la desnudo y acaricio su fragancia hasta llegar al feliz llanto... y la hecatombe. Y despierto escindido. Y blasfemo y odio la vida… ¡odio que nunca me había permitido...ni repetiré...ni pensarlo...!]


¿Para agregar a mi agenda? (Restos de un monólogo de Isabel, mientras aprende español en la orilla del Plata)

…fueron tres años terribles, en la soledad, el miedo – terror a morir sola, a ser descubierta, a jamás regresar -¿regresar adónde?...¿adónde estaba, adónde había quedado esfumada aquella nación suya que, en realidad, jamás había tenido, que sólo había sido durante fugaces años un sitio mitológico al que había creído pertenecer…?- Tres muy largos, eternos, años trabajando como limpiadora en unas oficinas bancarias por las noches –en las horas durante las cuales el inmenso edificio helado quedaba casi absolutamente vacío y disminuían matemáticamente todas las posibilidades de que alguien interpelase a “Isabel”, la extraña, la extranjera que creían muda…Los márgenes del riesgo bajaban al grado cero las posibilidades de que alguien intentase hablar con ella y comprendiera enseguida que apenas hablaba tres palabras en español ¡cuánto pavor a ser descubierta…pavor que intentaba mitigar cantándose mentalmente a sí misma viejas canciones alemanas!…pavor que no podía morigerarse y que la hacía mearse encima muchas veces –entre los temblores de su pánico- cuando adivinaba la lejana sombra de un guardia o policía trasnochado que, entre bostezos, se daba una vuelta por aquellas estancias para que no se dijera que él no había cumplido su misión de vigilar las invisibles fortunas que sustentaban aquel esqueleto de cemento y hierro, cerca de la esquina de Diagonal Norte y Sáenz Peña. Tres años eternos dedicando cada hora robada al sueño y al agotamiento para estudiar esa lengua incomprensible y melódica del otro lado del mar, tan lejos del balneario de Baden-Baden, tan lejos de la Alexanderplatz, tan lejos de las amapolas que todos los veranos de su adolescencia subvertían las colinas de Carintia, tan lejos de la Banhoff berlinesa, donde la potencia del vapor de las locomotoras era como el resoplar secreto de los pulmones infatigables del prometido ‘Reich’…


(¿Residuos de pensamientos de Asternaza o de la propia Isabel?…cuando conocen, desde lejos, evanescentes fantasmas de Buenos Aires)

Di una vuelta en torno a esa casona junto al río, buscando la puerta lateral que me habían indicado. Había oído hablar de ello, pero no dejó de chocarme el curioso color de aquella mansión gubernamental. Quizá era algo propio del barroco de Sudamérica. Mostré la carta que me habían dado en la oficina de la calle Tucumán, donde funcionaba un clandestino despachito de coordinación entre los “refugiados” alemanes y el gobierno bonaerense. Uno de aquellos granaderos inmóviles en una escalera de mármol se condescendió a mirarme a la cara, leyó el sobre (parecía que no se hubiese atrevido a abrirlo) y –haciéndome una venia- me indicó que pasara a lo que parecía una mezcla de patio y claustro, muy lleno de ornamentos; con escudos que yo desconocía.
Fugazmente, vi pasar por la galería superior, una mujer rubia, muy menuda, que caminaba con paso rápido e iba acompañada por un hombre uniformado que parecía un alto oficial. Era su edecán, según supe más tarde.
Cuando subimos al piso superior, me llamó la atención tanta gente que circulaba vestida de civil; yo había imaginado que aquel régimen tendría debilidad por los uniformes…pero parecía que al general le complacía más un ambiente distendido y casi de “club”. Muchas de aquellas desconocidas eran mujeres jóvenes y bellas, como iconos del tango.
Después de esperar poco más de media hora (que me pareció medio siglo) en un despacho enorme y medio vacío -de quien se presentó como “el Asesor”- escuchamos, en la misma calle lateral por donde yo había entrado, el ruido de una motocicleta de baja cilindrada; seguida de dos enormes y silenciosos coches negros atestados de hombres con elegantes sombreros y armas desenfundadas. Observé con discreción por una ventana y fue enorme mi sorpresa cuando vi que de aquella moto ‘Lambretta’ (era más bien lo que los italianos llaman un ‘scuter’ que una motocicleta) desmontaba el mismísimo general. Yo no podía entender, por la costumbre de otros modos de representación del Poder, que el jefe de aquel régimen, llegase a la sede de gobierno de modo tan informal. Con sus zapatos deportivos, su ‘pulóver’ a la moda, su chaqueta a cuadros con el cuello abierto…más parecía un jugador de golf que un líder militar de éxito. Tenía la estatura y fuerza aparente de un boxeador de peso pesado. Con su metro ochenta de estatura, su peinado oscuro hacia atrás y su nariz romana, parecía más una copia criolla de Beniamino Gigli o cualquier otro famoso tenor de ópera. El general tendría entonces poco más de cincuenta años. Lo que más me llamó la atención fue ese brillo absurdo, adhesivo, de su cabellera, que parecía lustrada con el mismo betún con que los granaderos pulían sus altas botas.
Cuando aquel hombre exótico se arrellanó y relajó en su sillón, una de las innumerables secretarias le acercó –ya encendido- un cigarrillo encastrado en una boquilla de nácar con adornos de oro. En aquel edificio, en aquella ciudad, todo el mundo fumaba excesivamente; la atmósfera estaba muy cargada y casi todos tenían los dientes amarillos…salvo el general, que los llevaba de un blanco estremecedor, que no era de este mundo. Otra muchacha le pasó una pluma y pude ver -yo me había ido acercando inconscientemente; aunque él no parecía haber reparado en mi presencia- cómo trazaba su firma, de una manera ampulosa: una “jota” mayúscula muy grande y llena de amplitudes narcisistas y, al final, con un cierre agresivo hacia abajo, una letra “n” que era como el dibujo de un puñetazo; como la punta de un anzuelo clavándose en un corazón invisible.
Un momento después, aquel hombre estaba hablándome. Y lo hacía en un alemán tan fluido que no pude evitar el echarme a temblar.

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¿30 años después…el encierro irrespirable?

…dice la frase hecha que hay que “hacer memoria”…pero ¿de la nada, del agujero que abre el pánico, qué puede hacerse…? Porque sólo hay agujero ya, carencia, falta, caída en un pozo vacío…y no hay, no quedan, palabras para juntar en una cadenita; miguitas de Hansel y Gretel… y enganchar la memoria, no hay…
…y ustedes me preguntan por la vida del Ruso –como llamaban a Bruno Saper desde la infancia- y del Ruso ahora mismo sólo recuerdo que desapareció una noche que llovía a mares sobre Buenos Aires, durante una larga sudestada que traía la borrasca del Plata metiéndose como un estremecimiento desde los callejones de La Boca hasta más allá del norte de Palermo, así entraban los dedos ateridos de las rachas en ese día penoso. Un tigre de viento bramando sobre Buenos Aires. No, no,…no recuerdo hechos muy claros. Ustedes que son médicos, tienen que entenderme. Tienen que creerme que yo no puedo recordar. Yo no estoy loco como dicen algunos…pero la memoria sí que la he perdido; se me ha ido muriendo. ¿Habrá sido por la máquina –por sus dientes eléctricos- en la lengua y en las encías?
Bueno, todo no puedo, ni pensarlo puedo. Pero hay como fotos fijas, como relámpagos donde yo lo veo. Sí, yo lo conocí en mis épocas de pibe, de cuando éramos adolescentes. Época de mucho miedo y de penuria aquella de los primeros setenta…estaban ya matando gente todos los días los perros de las Tres A…los aprendices de “videlistas”.
Entonces Saper…el Rusito, tendría como unos veintisiete o veintiocho años. Los dos éramos del mismo barrio de Almagro. Y eso era todo. Ustedes recuerdan de esa época casi lo mismo que yo, porque yo lo viví pero sin darme cuenta…y después todo quedó en los diarios, en algunos libros, dicen, y en las charlas de la gente más vieja, arracimada en los patios de los atardeceres en torno a un mate o una copita de anís, acaso.
¿De cuándo él fue niño? Bueno…supongo –no lo se, en realidad- supongo que vivió otras dictaduras, que después nos parecieron un chiste malo, al lado de los asesinados de a miles, los tirados al río…los que amanecían con un tiro en la nuca, incluso pibes de diecisiete años, como unos que secuestraron en La Plata, me acuerdo. Así eran esos días. Encerrados sin aire.
Lo que les parecía raro en Almagro era que el Ruso era, dicen, un tipo que trabajara en lo que viniera con tal de seguir estudiando medicina…pero lo que soñaba hacer, lo que le gustaba de verdad era ser escritor…y contaba siempre algo de lo que estaba escribiendo, escenas donde una novela iba creciendo o de pronto te leía un poema en cualquier bar, por puro gusto. Dicen que escribía muy lindo. Pero sólo publicó un par de cosas. Bueno, sí, se las publicaron los amigos; años después. Ustedes ya saben eso. No me fuercen.
Dejó de escribir un día que estaba en casa de Inés y cayó un operativo de los “grupos de tareas”, como gustaban llamarse cuando salían de caza, y la secuestraron a ella y a un hermano de ella; pero como de milagro no se lo llevaron al Rusito…porque su novia, entre otros gritos espeluznantes, dijo que no lo conocía, que sólo era un muchacho vecino que había ido a arreglarles un grifo que goteaba desde hacía días. Sí, ya se que es absurdo, pero así fue la historia. Así eran las cosas verdaderamente, entonces. Y cuando llegaron los verdugos a su cubil, sus jefes y los oficiales de Inteligencia, los trataron por lo menos de pelotudos , de imbéciles, de hijos de puta; les pegaron con un palo y les metieron un mes de calabozo de castigo porque se habían traído a quienes no buscaban…dejando ir al Rusito, que era la presa.
Pero el Rusito no había huido. Parece que se quedó en la casa de la chica que quería tanto, esperando a que volvieran…quién sabe para qué. O él lo sabía. De modo que después de todo lo que hicieron a Inés, cuando se cansaron de hacérselo, como dos días después un capitán pensó que en la casa allanada habría pistas y volvió hasta Almagro y cuando llegó a esa casa, desde una ventana, le dispararon con una escopeta y el oficial respondió con un arma automática que a dentelladas hizo trizas todas las persianas y debió darle al Rusito…porque quedó un rastro de sangre hasta el patio y sobre un muro que había saltado y en la calle trasera por donde, esta vez sí, se había fugado como pudo.
Parece entonces que en el momento en que Bruno Saper saltó a la calle, se cayó a la calle, arrastrando una pierna y tratando de hacerse un torniquete con el cinturón; pasó ese coche que dicen que vieron, un coche negro, grande y lujoso, un Chevrolet 400 que ardía como el charol, que frenó sin ruido y se bajó una mujer joven, que no era de Almagro, que era del centro, y lo ayudó a levantarse y lo metió a empujones en el asiento de atrás y se esfumó en la noche de Buenos Aires. Cuando logró saltar, el capitán disparó varias ráfagas hacia las lucecitas que se alejaban, pero dicen que todas las balas se perdieron girando locas entre los árboles.
Cuando Bruno despertó, la blancura de aquellas sábanas, ese albor de luz, lo hizo bizquear, aparte del dolor y sólo vio desenfocada la silueta de la extraña y vio bien cerquita, pegadas a su cuerpo desnudo, un sembrado de manchas rojas, sangre rutilante que parecía flotar sobre las sábanas porque la blancura las detestaba. Escuchó bien el ruido del agua de un grifo en una bañera, voces desconocidas…y la mujer se le acercó a los ojos hasta hacerse visible y le puso una mano fría sobre la frente, caricia tibia, y él como era poeta –siempre- se dijo que venía ella del agua como una Venus soñada y entonces volvió a desmayarse. Y en el sueño estuvo largo rato de pie mirando con la boca abierta aquella Venus de Botticelli que –había leído- relumbra desde hace siglos en una ribera del río Arno ¡tan lejos de Buenos Aires! Todo un día estuvo, de pie, mirando fijo a ese cuadro ¿o acaso esto lo habré soñado yo?...arenas movedizas.
Alguna hora ignorada de algún día siguiente comenzó a enterarse que estaba en el segundo piso de una casa antigua del barrio de Caballito, frente al parque Rivadavia. Eso lo tranquilizó, porque él solía ir por esa zona. Supo que estaba muy cerca de un café de ajedrecistas, donde alguna vez había agonizado una partida lenta con un ingeniero alemán que apenas hablaba pero movía los trebejos como en un ballet clásico.
Lo habían vendado con fuerza, desde el muslo hasta la cadera, toda la parte machacada de plomo, que seguía quemándolo…y estaba colocado de lado, sobre el costado sano, enfocando a una pared celeste donde adivinaba sombras. Claro que retorciendo mucho el cuello logró mirarla cuando vino ese día y lo hizo beber unas cápsulas con limonada bien fría y le pregunto si le dolía menos y él supo que era una mujer de treinta y pico, con un perfil maravilloso y un perfume que él soñaba a veces en las novelas pero jamás había aspirado en lo real. Y también sus manos eran una obra de arte…tal como había creído él siempre que eran las manos de las mujeres de los libros de Proust.
Y ella fue y se sentó en una silla de respaldo alto que estaba a los pies de la cama y, en el nuevo ángulo de visión, Bruno pudo verle las piernas…y allí la mujer seguía siendo hermosa como en las manos. Claro que hasta Bruno se sorprendía de tales mixturas locas del pensamiento, en una situación tan rara, en casa de una extraña, en una escena que se le había instalado de pronto –desde el desmayo- sin saber de dónde venía ni dónde iba a parar aquella situación un poco absurda –pensó- yo aquí desnudo, salvo el vendaje, medio estremecido por la fiebre y pensando en la belleza de esta mujer ignota cuando yo tendría que pensar en Inés y en cómo volver a salvarla…
Gracias señorita…balbuceó él, sintiendo que no eran las palabras adecuadas. Pero más estúpido se sintió todavía cuando le preguntó qué donde trabajaba ella y ella respondió que no trabajaba, que se dedicaba a pintar. Bueno, es un trabajo, pero nunca he ganado dinero con eso…ni me interesa tampoco, la verdad. Y él entró en otra extrañeza más honda: había gente que tenía paz y dinero y seguridad como para dedicarse a pintar en aquellos días de espanto, cuando todos los hombres y mujeres que él conocía andaban cambiando sus huesos de un sitio a otro, noche tras noche, para que la angustia o el fuego nos los pulverizara con el mismo fulgor del plomo que ahora le había abierto las carnes…aunque todavía estaba vivo… seguramente gracias a aquélla que vivía en una casa hermosa y buscaba en los pigmentos sus texturas secretas y acaso algunas respuestas a ciertas preguntas que él mismo se hacía…pero…
Veo que ustedes no me creen y me miran como a un bicho raro. Pero así son los recuerdos.¿ Y acaso no era posible; acaso no sabía él, como escritor que era, que todos los vivos le hacen las mismas preguntas a la muerte? Igual daba que pintaran, escribieran o temblaran por la fiebre y el miedo.
Después de hacerle cosquillas en una axila al tomarle la temperatura, la desconocida sacudió el termómetro, sin decirle nada y volvió a ausentarse hacia el ruido del agua, que seguía cayendo en el baño contiguo.
A mediodía volvió, trayendo una bandeja con un poco de fruta y otra jarra de limonada. Cuando él bebió escasamente, la mujer hermosa le dijo que tendría que quedarse en esa cama unos días hasta que pudiera valerse por sí mismo. Y que ella se iría por unas horas, porque esa era la casa de sus padres, ausentes; pero que ella vivía en otro lado y tenía que volver porque seguramente estarían alarmados y acaso la buscaran y entonces él estaría en peligro.
El Ruso se quedó solo en el silencio enorme. Escuchó que llovía muy fuerte. No supo cuántas horas pasaban. O tal vez incluso los días pasaban y pasaban. Y con esfuerzo bebió unos tragos pero no podía comer por el malestar ni sentía hambre. Se durmió y despertó y se durmió muchas veces y en una hora extraña sintió que se orinaba y la cama empezaba a mojarse y haciendo un giro doloroso consiguió sentarse en la cama y agarrándose a los muebles dio unos pasos interminables hacia el baño. Ya el agua no corría. Tampoco su sangre se derramaba ya por las heridas y se sintió mejor. Buscó con los ojos un teléfono, más por costumbre porque ¿a quién iba a llamar? si apenas recordaba algo. Y vio que había otra habitación tras un breve corredor y se envolvió en una sábana por una vergüenza súbita y tardó como mil horas en arrastrar la pierna herida y el peso de un cuerpo que pesaba demasiado…pero tampoco en el otro cuarto se veía un teléfono. Había una salita con unos sofás de piel y un escritorio muy ordenado y toda una pared llena de libros. Los libros lo atrajeron como una promesa, de modo que siguió arrastrándose durante un lapso eterno. Y entonces vio, en un vano entre los libros, la foto que brillaba. Era una foto de ella. Era extremadamente hermosa. Su rostro era un paraíso… más aún que las manos y la línea estremecedora de sus piernas. Pero en la foto no estaba sola. La acompañaba un hombre que también sonreía. La foto tenía mucha luz, como tomada en un parque una mañana de verano. Y el hombre vestía un uniforme de oficial.
Cuando volvió en sí, Bruno estaba tirado en el piso de la salita y la mujer lo estaba ayudando a volver a la cama, con delicadeza pero con fuerza. El sentía la fuerza de aquel cuerpo tan esbelto y deseable.
-Se que ha visto la foto- le dijo ella de pronto; mientras buscaba otras sábanas limpias en un armario empotrado. -Pero no tiene que temer nada. Conmigo estará seguro-.
-¡Tengo que irme ya, enseguida…tengo que irme!- se escuchó el hombre que estaba gritando.- ¿Y por qué hace todo esto; y por qué me dice que con usted estoy seguro, cuando usted es una…-
-Yo sólo soy una mujer que también tiene miedo- dijo ella.
-¿Y eso es todo? ¿Con esa explicación me conformo y me quedo tranquilo?-.
-Eso es todo. Pero puedes irte. No estás prisionero en esta casa. Si crees que puedes valerte, si crees que eso es posible, puedes irte en el instante que quieras-.
-¿Pero cómo voy a creerte, siendo lo que he visto…sabiéndote ya la mujer de ese tipo? ¿Es que acaso me estás guardando hasta que él venga, tranquilo y cuando se le ocurra, a pegarme un tiro? ¿Para qué todo este teatro, para qué estás curándome…qué clase de perversión es la tuya?-
-No va a venir nadie- dijo ella con convicción.
-¿Cómo que nadie…?-
-El de la foto es mi marido, si te interesa saberlo; pero no puede venir…-
-¿Por qué no puede venir? ¿Qué me estás diciendo?… ¡loca de mierda! –
-El ya no vendrá nunca porque no puede tocarnos, ni siquiera vernos ya puede… ¡Tienes que entender que nadie podría ya ni reconocernos…porque ya estamos muertos!-
-Además de ser un monstruo, estás completamente loca…pobre mujer-, dicen que dijo Saper, casi como apiadándose. ¿Cuál es tu nombre real?
-Me llamo Elizabeth…pero a mi me gusta más Isabel… ¿bueno, te acuerdas que cuando frené el coche para ayudarte a levantarte de la calle, cuando sangrabas… y entonces escuchamos una ráfaga larga, muy larga?-
El hombre rebuscó en su memoria un tiempo indeterminado hasta que volvió a escuchar aquel trueno. Y asintió, mirándola.
-El fue quién nos mató aquella noche. Pero es un cobarde, siempre lo fue…y cuando llegó hasta el auto me reconoció y sintió pavor por haberme asesinado-
-Nos había asesinado…-
-A mi sí me había asesinado. El nunca te vio como persona, Bruno…vos sólo eras un número más, un animal al que había que matar. Tuvo miedo por lo que me había hecho a mi –aunque fuera por puro azar-, tuvo miedo porque mi padre es su superior…-
-¿También tu padre?-
-No, no te confundas, el es un hombre viejo, un oficial sobreviviente y malherido de los fusilamientos de los generales “leales” en el ’45, y retirado desde hace muchos años…pero todavía lo respetan…esas cosas tan raras que tienen entre ellos-
-¿Y, entonces…-
-Entonces nos trajo a esta casa, que fue de mis padres, que yo heredé, donde nadie viene nunca…abandonada…una ‘oublié’ comida de hierbajos…y nos trajo y encerró nuestros cuerpos, nos tapió y huyó y desapareció y nadie sabe nada de él y menos puede saber lo que nos pasó a nosotros-.
-Pero antes has salido y has vuelto. Te he visto marcharte y dejarme solo ¿cómo se explica eso?-
-Yo no se que has visto…yo veo otras cosas, siempre cada uno ve una parte. Yo veo que te duele y que tengo que curarte. Voy hasta el baño y vuelvo. Ya he ido y he vuelto millones de veces….-
¿Y cómo me dices, entonces que me marche; adónde puedo irme-
-Mientras has estado sin conciencia durante millones de días, me he asomado a la ventana. Afuera sigue estando la ciudad. Pero también ella está muerta, aunque allí sigue. Y acaso se pueda salir…pero yo no me atrevo, voy hasta el baño y vuelvo, una y otra vez-
-¿Y sigue la tormenta del día ese cuando nos mataron?-
-La tormenta no para, no para, no para…es enloquecedor…y ahora trata de dormir; eso se puede. Tratemos de dormir los dos. Me siento muy cansada-
Y el hombre se tendió. Y ella se tendió a su lado. Casi con pudor y ternura, Isabel (¿) se tendió rozándolo…en el encierro donde moraban sin aire. El hombre sintió como el dolor se iba y cómo venía la sombra del deseo. Ella sintió el placer de cómo él se acurrucaba contra su cuerpo. Ambos sintieron el golpe de la lluvia en las ventanas y cómo se reunía su carne con su carne en las manchas de sangre –ahora podía ver cuánto sangraba ella- cómo se mezclaban sus cuerpos en el golpe de las ráfagas, en el oro de las balas, en la putrefacción de la lluvia, el olor de la sangre… el ruido de la tormenta en el Plata; ese tigre bramando sobre Buenos Aires.


Addenda a ¿“Qué es esa Historia ?
¿Entrada de una Lisbeth equívoca en un bucle del relato?

Un momento después el General, aquel hombre elegante –que poseía el poder en aquella zona real de lo irreal, donde me había precipitado mi fuga del Reich- estaba hablándome…y lo hacía en un alemán tan fluido que no pude menos que echarme a temblar.
Me pidió que me acercara y me estrechó la mano. Sobre su sonrisa, me llamaron la atención sus venillas rotas, finísimos vasos translúcidos, bajo la piel tensa y fina de sus pómulos prominentes.
Intenté –infructuosamente- empezar a poner en práctica mi precario español, para darle las gracias…pero no pude porque él me pidió con cortesía que siguiera el diálogo en alemán por que ‘me encanta hablarlo’ según dijo con énfasis. Me explicó que creía que le venía bien practicarlo. Lo había estudiado –con provecho- cuando era cadete “porque todos los instructores eran prusianos” y después había podido practicarlo durante su estancia en Europa, como agregado militar en Roma. Dijo que entonces –antes de la Guerra de 1914- los cadetes del colegio militar tenían que manejar “la lengua del Kaiser”, porque todas las armas compradas eran germanas y sus instrucciones no venían traducidas. Y comentó, riendo, que además habían tenido que aprender a desfilar “al paso de la oca”. Incluso hoy podrá usted verlo, agregó –no sin cierto orgullo mal disimulado- porque a las seis de la tarde, mi guardia de granaderos desfila al paso de la oca para ir a arriar la bandera en la Plaza de Mayo.

-¡Ah, Europa, Europa…cuánta nostalgia!- agregó, sin parar de hablar, en uno de su largos monólogos, que todos parecían escuchar con unción, como acostumbrados a ellos. En diciembre del año treinta y nueve fui una temporada a esquiar a los Alpes, en la vertiente norte, en estaciones de esquí de Austria y Alemania. En aquella época, Alemania me pareció una nación fabulosa…era como una máquina sutil, perfecta, poderosamente precisa y efectiva. Era como sentarse en un Mercedes Benz…así era de potente y suave y silenciosamente fascinante. Es lo que necesitamos en este país…un poco de esa fuerza y ese dinamismo.
Yo me sentía mal, porque –en mi impostura, en la mentira que me sostenía- ya no sabía muy bien quién era yo. Y una parte mía del pasado me decía que aquella forma de desfilar como las ocas era uno de los espectáculos más aterradores del mundo. Producían una muy desagradable mezcla -al unísono- de terror y de hilaridad, por la ridiculez de aquellos pasos, tan antinaturales en la marcha humana. Aquellos desfiles habían aterrorizado a millones de personas como yo. De todas las naciones próximas a Alemania e incluso a muchos de mis mismos compatriotas.
En aquel momento, entraron en aquel despacho dos ‘caniches’. Los animales iban, insólitamente, envueltos en un halo de un perfume caro y pegajoso como el ‘pachuli’ ¿o era bergamota?. Con ellos entró la pequeña mujer rubita que yo había avistado, escaleras arriba, cuando entré en la casa de gobierno.
El General había terminado de fumar su segundo cigarrillo, desde que llegó en su motito…y apagó la colilla en un cenicero de plata que llevaba, ostentosamente, la marca de ‘VanCleef & ‘Arpels. De pronto, se me ocurrió la estúpida fantasía que todo, en aquel entorno era obra de algún diseñador de ‘VanCleef. Traté de evitar sonreír porque recordé involuntariamente un chiste que en aquellos primeros años treinta corría por Berlín sobre el enmascaramiento de los nuevos ricos del partido nacionalsocialista, de los judíos ricos –víctimas que aún no comprendían la tormenta- que querían pasar desapercibidos y de los carniceros cebados. Personajes tan disímiles compartían la misma adoración a ‘VanCleef y a la vajilla checa de Bohemia y a los extravagantes cristales de ‘Swarosky.
-‘Fraulein…dijo el General: ¿Usted está casada en Alemania? Porque este minucioso informe que me trae de nuestros amigos, no es minucioso en ese sentido…
- Soy viuda-, dije… osando interrumpirlo.
-¿Viuda ya…tan joven? ¿Algún accidente propio de aquellos malos tiempos, una enfermedad…?
- Ludwig murió asesinado durante una noche de servicio; era KOK en el distrito norte de Berlín…
-¿KOK…?
-Significa ‘Kriminal-Ober-Kommissar’…o sea Inspector Jefe de la policía. Si…creo que exactamente eso…

En aquel momento el absurdo diálogo se interrumpió, porque la mujer rubia, que era la esposa del General se me acercó –excesivamente- con curiosidad. Pensé por un momento que me diría que abriera la boca, para examinarme los dientes, como a un caballo.
-Creo que esta chica podría ser una buena secretaria para mi…conozco pocas tan lindas y con inteligencia; además de europeas…-dijo la mujer.

Diciendo apenas esto, la delgadísima rubia – no pude distinguir si era naturalmente tan rubia o aquello era obra de un buen peluquero y el agua oxigenada- me miró con una luz sesgada. Ojos claros en su sombra intensa. Ella tenía muy buena figura. Aunque no alta, su torso era breve y eso le daba una ilusoria pero contundente longitud a sus piernas; además de que estaba izada sobre unos zapatos italianos verde malva, de alta plataforma; puro arte florentino.
Por lo demás; ya en ese primer encuentro me afectó la excesiva frialdad emocional de aquella mujer, que no podría o no quería disimular. La suma era que parecía excesivamente atractiva, excesivamente serena, excesivamente formal. Aquel día con aquel traje sastre azul marino –y en el moño alto de su peinado llevaba una cinta de terciopelo azul con un lazo de diamantes…y dos sobrias aguamarinas en sus orejas- parecía absolutamente preparada para una repentina arenga, para una repentina caricia a unos ocasionales niños, para una repentina y fascinante sonrisa al flash de los fotógrafos, que la perseguían durante todo el tiempo. Tal vez por eso, su rutilante y roja pintura de labios lucía siempre tan impecable y resistente a toda caducidad.
-Frau L….la espero esta tarde en mi despacho- me dijo… y salió de aquella sala, sin saludar a nadie.
……………………………
(Tal vez fue este un sueño que tuve en nuestra casa berlinesa –próxima a la bombardeada Banhoff- durante la fiebre de la guerra…pero los avatares tenían la correosa consistencia de lo real…y parecían actuar con una autonomía que supera a la escritura… desasidos…
O acaso no fue un sueño, sino que estoy forzando al mundo para poder decir “fue un sueño” (¡deseo desesperadamente que lo fuese!)…y para poder soportar eso vivido, eso pasado y subvertido…lo que debe ser mirado y no procrastinado)

© carlosmamonde.

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